Compartía comentarios con mi amigo “El Gallo González” acerca de un artículo de Pérez-Reverte que me envió al mail y el cual me emociono mucho: “La orquesta del Titanic”
Todos conocemos esa historia de la orquesta del Titanic. Esa que toca mientras el barco se está hundiendo. Seguramente los músicos de esa orquesta eran mexicanos y estaban más que curtidos para festejar aún en los momentos de mayor desgracia -ver la historia de México en los mundiales de fútbol y los desatinados jolgorios de la afición mexicana en la Glorieta del Ángel de la Independencia- Y si no los han visto -no os preocupéis- pronto los verán -advertidos-
Con unos y con otros he hablado de la famosa orquesta. Algunos me han dicho en tono solemne “que ejemplo de gallardía” otros más “ese optimismo que contagia” y una manager me dijo un día intentando darme una dosis de ánimo que, por cierto, sólo consiguió desanimarme “Gabo, tu como la orquesta del Titanic: firme hasta el final” Y es que nunca me ha gustado pensar en el final. Si total va a llegar, qué llegue. Pero ni un minuto más de mi tiempo, ni uno.
Gran mérito tiene dicha orquesta al estar de pie y seguir sonando en medio de húmedo ajetreo; no lo niego. No obstante; mi personaje favorito en esa historia no es la valiente orquesta, sino el frío, inevitable y despiadado Iceberg.
Por inmóvil parecía inofensivo. Y quién iba a decirnos que en su espera, ese gran trozo de hielo, estaba ahí para enseñarnos a todos nosotros, moros y cristianos, que nuestro papel de soberbios no nos lleva ni nos llevará jamás a ninguna parte.
El exceso de confianza -tan grave como la falta de- nos debilita la mirada, acaba con nosotros, nos hunde y nos deja en soledad. La soberbia son unas gafas negras tan obscuras que nos vuelven incapaces de reconocer el peligro cuando está delante nuestro; por pequeño o grande que éste sea -Me lo dijeron mil veces, más yo nunca quise poner atención…”
Muchos, en algún punto del camino, vamos con esa actitud altanera de sentirnos “insumergibles” Mirando por arriba del hombro a los demás. Tan altivos, ultrajando a diestra y siniestra al semejante -“no valgo menos que tú”- Ignoramos que un día al doblar cualquier esquina ¡Zaz! Un iceberg acercándose a nosotros -nosotros a él en realidad- en forma amenazante y sin escuchar razones. Como parte del camino, como parte del viaje o, como aquel barco, como destino final.
Le decía a “El Gallo” que en mi mapa de navegación tenía claro que todos mis icebergs llevaban falda -unas más cortas que otras, unas más peligrosas que otras por tanto- pero todas con el firme propósito de cruzarse en mi camino para frenar mi viaje. Hundiéndome y declarando en mi contra si fuése necesario…
A día de hoy, a pesar de aparatosas “colisiones”, no conozco el fondo del mar. Condición que me llena de alegría y preocupa a la vez. Hundirse es un destino inevitable -nadie sale vivo de aquí-
¿Cuándo, dónde y con quién? Por anticipado nunca lo sabremos; cuestión de tiempo. “Contra el destino nadie la talla...” decía Carlos Gardel y yo, coherente con la idea de ese tango y con una alegría orquestal, he decidido seguir mi viaje fiel a mi ruta original: la de disfrutar mi paso por la vida, con sus más y con sus menos.
Mi destino -como el de cualquier persona- es inalterable. Ningún iceberg me va a desviar, ningún trozo de hielo me hará renunciar a mi camino, sin que yo esté de acuerdo claro. Mantenerme a flote hace tiempo no es una expectativa. Sólo me queda aprender a nadar y hacer caso a mi amigo que escribía en su mail:
“Eso de los icebergs con falda son los más peligrosos. Y creo que muchos no estamos exentos de partirnos la madre con ellos. Pero igual hay que seguir navegando ¡Y chingue su madre el que se raje!”
GBo
¿Se pusieron de acuerdo? / ¿Tienen algo qué decirme?
ResponderEliminarSus comentarios han coincidido:
"Tú eres un iceberg en mi camino. No por lo del destino; sino por lo frío que puedes llegar a ser.."
Estarán bromeando verdad?
Bien, y si es en serio por favor no se lo digan a nadie más.
Que nadie se entere!!!
Desde ahora un "caluroso" abrazo!!! jeje...
GBo