mayo 31, 2010

¡Gary!


Sigo con la boca abierta por la emoción; con los oídos asombrados por la perfección con que McCartney entiende y ejecuta eso que tanto nos gusta y que llamamos música.

Pese a las palabras que guardo en el tintero, reservo el tema para la siguiente ocasión. Ahora quiero hablar de Gary Coleman que se subió a un tren con un boleto de ida. Lo hizo este fin de semana y para mi es emotivo por los recuerdos de infancia.

Leyeron bien: voy a hablar de mi infancia, así que -si lo prefieren- ¡corran ahora que pueden!



¿Se acuerdan de Blanco y Negro?



Ya sé que los lectores de este blog abarcan casi todas las edades; pero los de mi edad -y los mayores- recordarán esa serie que era tan cómica y -absurdo- blanca en contenido y en su recurso para hacernos reír. De esos programas que hacen añorar en cantidad importante la etapa en que el televisor divertía. Hoy -lo digo desde mi óptica- la programación de TV sólo confunde y entorpece, nos roba nuestros gustos y nuestra propia opinión y eso es como estar hipnotizados… Bah ¡Que la vea quien la quiera ver! -y el que pueda que corra, pero más lejos esta vez-

Allá en la infancia tuve en mi hermano mayor a mi primer amigo de la vida -amistad intacta a la fecha- Creo haber sido afortunado por tener delante de mí a ese hermano que iba abriendo el camino para que mi paso por el mundo fuera “más sencillo y placentero”. Aunque luego yo lo habría de complicar. Es que equivocarse no es un derecho; es una obligación.

*Recodo: Ayer mismo un amigo me dijo: “Gabo, lo tuyo es hacer mierda todo lo que tocas” Lo dijo porque pasamos la tarde de domingo con la guitarra en la mano y con canciones en el corazón. Aunque no fuera mi amigo, aunque no lo quisiera tanto, igual no desmiento lo que dice.

Los que tenemos un hermano mayor sabemos que vamos con ventajas por la vida. A nuestra llegada los padres no son lo inexpertos que eran con su primer hijo y nuestra falta de palabras no es motivo para quedarnos sin comer o con la fiebre hasta la médula. El hambre y los desvelos por fiebre son asignaturas para el primogénito. Por no hablar de los descalabros propios que brinda la curiosidad o la fuerza de gravedad desde la cama o desde la andadera. ¿Fuerza de gravedad? ¡Palabra más interesante!

Tal vez esta ley de la física sea lo que me impide creer en la televisión. Porque no me van a contradecir; pero la televisión miente a todas horas. Promete lo que no será, lo que no puede cumplir, lo inexistente, lo imposible, lo que no combina. Lo peor son todas esas mentiras acerca de la felicidad. No sé yo cual será la felicidad, ni dónde está; pero puedo afirmar que no es esa del televisor. Es ahí donde se hace insoportable la fuerza de la gravedad, pues al apagar el TV nos pone los pies en la tierra y descubrimos con resignación que volar es para las aves.

Pero no estoy aquí para decir “Hágase la luz” Quiero contarles lo agradable que era para mí, a la edad de cinco o siete años, prender la televisión y divertirme con mi hermano mayor viendo Blanco y Negro.

Sería lo angelical de Kimberly, la imagen maternal de Edna, la bondad de Philip, la guía inquebrantable de Willis o el fantástico rostro de Arnold. Lo que sea, eran treinta minutos de diversión y ensueño.

Esa casa de Blanco y Negro era la hoguera que mi fría infancia añoraría. Eran los ochentas y esa sería la década de mi fugaz niñez. Llevo algún tiempo descifrando el laberinto del pasado -el mío- a fin de ir a buen paso por la vida. Indudablemente, la serie en cuestión dejo huellas importantes en mi formación emocional.

Lo evidente; la cuestión de razas es un asunto de adultos. Es decir; un asunto absurdo, de necios, de tontos. El color no define a las personas sino sus actos. Luego de mi padre he aprendido el valor de la humildad. En mi casa, que es mi corazón, entran todos: “los que suben, los que saben, los que duelen, los que huelen mal…” Más de uno en el camino me ha mirado de soslayo, hacía abajo, con desprecio. Más de uno ha fingido no verme intentando hacerme sentir insignificante. Benditos sean, en su lejanía brindan pureza a mi amistad y fortalecen mi bondad. Estoy con los que están conmigo; es tan corto el tiempo de la vida que uno no va a ir tirándolo por ahí ¿verdad?

La hermandad; ver a Willis preocuparse por su hermano menor era ver a mi hermano preocuparse por mi persona. Y luego uno resolvía los enredos con una frase que intentaba ocultar la gravedad y lo bochornoso de nuestros errores “¿De qué hablas Willis?” De los mayores uno tiene su compañía, su guía, su indulto. A día de hoy conservo la amistad de mi primer amigo en el mundo, de mi hermano mayor. A quién he aprendido a admirar, a respetar y a extrañar.

Luego estaba Kimberly; esa rubia debilidad que sembró en mi el modelo de mujer que me he buscado por la vida. Yo no sé porque, pero las mujeres de las que me he enamorado todas son Kimberly. Las demás han sido necedades mías, momentos de debilidad. Lo que realmente me gusta de una mujer es su inteligencia, su carácter hogareño -si al final sus brazos van a ser mi hogar-, su bondad, su vocación de saber escuchar, sus ganas de ayudar a los demás. Con Kimberly descubrí que me gusta el cabello largo, a veces peinado y casi siempre despeinado. Los lunares de una chica, su pálida piel, el largo talle, alto el cuello, huesos largos, cejas pobladas, la inocencia… Es muy probable que también por ella me enamore hasta la locura de mi prima.

Luego Arnold ¿Qué decir de ese pequeñín? Todo él ternura, un tipo audaz, y dispuesto siempre a hacer reír. Seguro que primero fue Arnold y luego Chaplin; pero, que yo recuerde, desde siempre me he interesado en arrancar una sonrisa a la gente, sobre todo a los niños. Arnold era de cabellos chinos como los míos, cachetón igual que yo -cuando niño- y un cabrón que sabía hacer que la gente olvidará y perdonara sus travesuras sin importar el tamaño. Además en su infinita sabiduría buscaba el conocimiento por medio de la curiosidad, condición humana en peligro de extinción. De Arnold aprendí a ir con una sonrisa en los labios y un constante deseo de no crecer, de ser niño por siempre.

Pero todo eso era la serie, lo ficticio, lo que no existió jamás. La realidad -esa fuerza de la que ya hablamos- era peor -más real, claro- y nos demostró a todo color lo duro que es crecer y lo breve que es la felicidad y la infancia. Un mal final para todos los actores de la serie, muchas noches de angustia, mucho exceso, mucho rencor con el pasado, mucha realidad supongo.

¿Será que por eso la gente prefiere ver la TV? ¿Será que es la puerta de escape a su insoportable realidad?

Una cosa es cierta; Gary se ha ido y debo agradecer por los sueños que él y sus compañeros me dieron en la inocente infancia.

Nos veremos en el umbral común para seguir riendo.

¡Buen viaje Gary!


GBo



2 comentarios:

  1. CADA UNO TENEMOS UN PROGRAMA , UN CARAMELO, UN AROMA O ALGO QUE NOS RECUERDA A NUESTRA INFANCIA, EN EFECTO POR SER CONTEMPORANEOS ESTA SERIE, TAMBIEN ME RECUERDA A MI ,LA MÍA!!! JAJA RECUERDO QUE A MI HERMANO POR SER MORENO Y EL MENOR, NOSOTROS LE DECIAMOS QUE EL ERA ARNOLD, -puts,ya lo habia olvidado- JAJAJA COMO REIAMOS EN AQUEL ENTONCES..
    ES VERDAD QUE ES EN LA INFANCIA, DONDE SE DIBUJAN LOS CARACTERES MAS DESTACADOS DE LA PERSONALIDAD DE CADA UNO, QUIERO COMENTAR, QUE PESE A LA SEPARACION Y DESPUES EL DIVORCIO Y MAS DESPUES LA BODA DE MIS PADRES,FUI UNA NIÑA MUY FELIZ PUES CADA ETAPA LA VIVI A PLENITUD, CON LOS TEMORES QUE CUALQUIER CHAMACA PUEDA TENER, PROPIOS DE LA EDAD!! QUE LINDA INFANCIA, SI VOLVIERA A NACER PEDIRIA, SER HIJA DE LOS MISMOS PADRES, CON LOS MISMOS HERMANOS Y POR SUPUESTO LOS MISMOS AMIGOSSSS!!!
    UN BSO. SYBIL

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  2. Syb;

    Hermoso lo que nos compartes!

    Recuerdo que un día "El gato culto" dijo algo así:

    "La infancia es un paraíso que pasa desapercibido"

    Tu amistad no es ni será desapercibida jamás "Chamaquita hermosa"

    Supongo que es hermoso tener una infancia feliz!

    No, no es que esté peleado con mi infancia; estoy peleado con la infancia de algunas personas que amo...

    GBo

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